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Innovación y legitimidad
Desde el Grupo Oesía, dedicado a la consultoría en innovación, tecnología e ingeniería, me pidieron un pequeño artículo sobre la innovación como valor empresarial, de cara a un evento interno con sus empleados y a la publicación, con ocasión del Día del Libro, de un pequeño libro con opiniones de otras personas sobre el resto de los valores del grupo para los más de tres mil profesionales que lo integran.
El resultado se titula “Innovación y legitimidad” (pdf), e incide en la necesidad para quien trabaja en innovación y tecnología de convertirlas, más que en un trabajo de 9 a 5, en una forma de vida, en una pasión que nos ayuda a mantener el imprescindible nivel de actualización que la disciplina precisa en nuestros tiempos. Un profesional de la innovación debe respirar, leer, comentar y comunicar innovación, y eso no es algo que se lleve a cabo “solo en horas de oficina”. Ser aceptado como voz autorizada en innovación no es algo que dependa de un cargo, de una tarjeta o de una experiencia. Es otra cosa.
A continuación, el texto completo de mi artículo:
Innovación y legitimidad
¿Qué implica que tu modelo de negocio y tu propia misión como compañía dependa de un valor como la innovación? En primer lugar, sin duda, representa una gran oportunidad. En muy pocos años, la innovación ha pasado de ser un valor deseable, algo que se utilizaba básicamente con el fin de “hacer bonito” en la memoria corporativa, a ser un elemento fundamental sin el cual toda compañía corre peligro. Vivimos tiempos exponenciales, en un constante “si parpadeas te lo pierdes”, y eso dota a la innovación de un papel absolutamente central en la práctica totalidad de las industrias.
En segundo lugar, implica un importantísimo cambio de mentalidad en lo corporativo y en lo individual. Hace no demasiado tiempo, era perfectamente habitual que una persona contase con su compañía para que le ayudase a “estar al día”, a mantenerse actualizado. La velocidad de los cambios era escasa, una persona podía dedicarse a una actividad determinada con muy pocas actualizaciones con respecto a los conocimientos que había adquirido en su formación universitaria.
Generalmente, teníamos contacto con tecnologías que considerábamos avanzadas en nuestro puesto de trabajo: nos encontrábamos nuestro primer ordenador cuando la compañía para la que trabajábamos lo ponía en nuestra mesa. Hoy, es justamente lo contrario: cada vez son más las personas que tienen un ordenador más potente y actualizado en su casa que el que utilizan en su puesto de trabajo, o que compran para su uso particular un smartphone mejor que el que su compañía les asigna. Hoy, la realidad es que la capacidad de una compañía para ser innovadora ya no depende tanto de sus posibilidades de mantener actualizados a sus trabajadores, sino de la actitud que estos tienen para mantenerse actualizados ellos mismos y llevar esos elementos de actualización, que adquieren como forma de legitimarse y mantener su valor como profesionales, a su compañía. Las compañías innovadoras adquieren valor en función de su capacidad para atraer y mantener talento innovador.
En este contexto, una compañía que vende innovación y transformación digital necesita cada día más asegurar que aquellos que trabajan en ella mantienen una actitud adecuada. Si una persona que se incorpora a una compañía de este tipo permanece en actitud reactiva, esperando que sea la compañía la que le proporcione todo lo que necesita para mantenerse actualizado, pasará en no mucho tiempo a enquistarse, a convertirse en alguien carente de valor. La compañía que tolera esa actitud se convierte en el Mar Muerto, en un sitio en el que se sedimentan profesionales cuyo valor en el mercado es escaso, y que se agarran a su puesto de trabajo para evitar tener que volver a un mercado cada vez más exigente. Por contra, las compañías que progresan son aquellas capaces de convertirse en polo de atracción para profesionales innovadores, que valoran la compañía en función de las personas con las que van a poder trabajar si se logran integrarse en ella.
Cuando una compañía se dedica a vender innovación y transformación digital, la actitud de las personas que trabajan en ella se convierte en un elemento fundamental de legitimidad. Y no hablamos únicamente de su actitud en su trabajo: hablamos de su actitud ante la vida. De una persona que trabaja para una compañía de este tipo hay que esperar un nivel de actualización y un conocimiento del entorno muy superior a la media.
El entorno se mueve a muchísima velocidad. Simplemente la lectura de noticias relacionadas con nuestro trabajo se ha convertido en un reto: una herramienta de lectura de feeds bien configurada se ha convertido en un activo fundamental, como lo es el uso de una red social, típicamente Twitter o LinkedIn, dedicada a alimentar nuestro perfil profesional y en la que seguimos a aquellas personas con cosas importantes que decir en lo que toca a nuestra actividad.
Cada día más, la marca personal se convierte en un activo fundamental: una persona que trabaja en innovación tiene necesariamente que mostrarlo cuando se le busca. La discreción y la modestia son para los mediocres, y eso, lejos de resaltar mediocridades cortoplacistas como el “postureo”, se convierte en una métrica de la contribución del profesional a su entorno, a su compañía, a su industria o a la sociedad en su conjunto. Si vendes innovación, solo tienes dos posibilidades: aplicarte tú mismo una mentalidad innovadora – lo que implica de todo, desde dedicar una parte de tu presupuesto personal a “probarlo todo” y tener tu casa llena de inventos y gadgets que impresionen a las visitas, hasta dedicar a leer mucho más tiempo de lo que dedica el profesional medio – o saltar a una industria más tranquila. La innovación no es para débiles ni para personas con actitudes acomodaticias. Si no vas a vivir en tensión y forzarte a ti mismo a salir constantemente de tu zona de confort, es mejor dedicarte a otra cosa.
Plantéatelo: la innovación es futuro, y el futuro, cada día más, es de los audaces.
FUENTE: Enrique Dans
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